Sucedió. Fratricidio a la peruana (¿No les recuerda la historia reciente del CBP?) |
publicado en el diario La República, Miércoles 12 de septiembre de 2007 |
por Antonio Zapata Semanas atrás visité a Willy Cook, un arqueólogo peruano que trabaja el cementerio inca de Puruchuco. Ahí ha encontrado un grupo numeroso de indígenas fallecidos en el ataque ordenado por Manco Inca contra la recién fundada ciudad de Lima. Los ha reconocido por varios datos combinados, la época a la que pertenecen, y sobre todo porque uno está herido de bala de arcabuz y otros presentan heridas causadas por espadas de acero. Son los primeros restos, que se encuentran, en toda América, de indígenas que murieron luchando contra los españoles durante la conquista. Medio petrificado ante nuestros antepasados, alcancé a preguntar si había otros cadáveres del mismo sitio que hubieran muerto por arma indígena. Me contestó que sí y que eran muchos más que los fallecidos por arma europea. Luego reparé que esa información tenía fuerte significado. Nos indica que la guerra de conquista fue ante todo un conflicto de indios contra indios, atizado por los españoles para imponer su dominio. En el caso concreto del ejército de Manco Inca que fue derrotado en Lima, Francisco Pizarro recibió ayuda de los indígenas de Huaylas, porque se había emparejado con la hija de la cacica local y pidió ayuda a su suegra. De este modo, el Perú no nació de la violación de un padre español a una madre indígena, como habitualmente se sostiene. El cementerio desenterrado por Cook revela que el Perú nació de una guerra fratricida, que permitió el triunfo foráneo. Como testimonio de ello, a lo largo de su historia, este país registra grandes enemistades. Entre los incas, Huáscar y Atahualpa; los curacas rebeldes Túpac Amaru y Pumacahua, al final de la era colonial; entrando a Podríamos seguir los ejemplos a lo largo de todo el siglo XX, abarcando otras áreas de la actividad humana y no solamente la política, por si caben dudas ahí están Manuel González Prada y Ricardo Palma. Salta a la vista. En el Perú, la enemistad destaca por su intensidad y persistencia, siempre hay más de una pareja de opuestos en lucha a muerte. Además, ni siquiera importa ganar: lo más importante es que pierda el adversario, así se venga abajo el tinglado en que ambos están parados. Cuando se revisa quiénes combaten hasta desfallecer se descubre que son hermanos; es decir, personas parecidas entre sí, con carreras semejantes y que en otros contextos colaborarían para sacar adelante instituciones. Pero, en el Perú, carecemos de suficientes entidades bien organizadas donde se desarrolle una sana competencia. Como no sabemos construir organizaciones civiles y políticas de carácter permanente, su curso acaba dependiendo de los caudillos. Así, la vida interna institucional se limita a la imposición de liderazgos personales. También carecemos de espacio suficiente para escalar, no hay sitio arriba. Todo es tan vertical y desigual que ascender es imposible a menos que uno derribe a quien está encima. Por eso el serrucho es clave y la envidia juega un papel tan destacado. Esta lucha entre hermanos es tan intensa que se pierde el sentido de las proporciones, poniendo en riesgo la continuidad de las iniciativas colectivas. Hace poco me invitaron a una reunión que fue un despliegue de pasiones desatadas, gente adulta que practicaba aquel refrán de "tumbar a Sansón y a todos los filisteos, así se derrumbe el techo". Al disminuir la capacidad de un caudillo y no haber reemplazo a la vista, la manada corre el riesgo de disolverse y sus integrantes protagonizan cien conflictos cruzados. Ha declinado la fuerza que los vinculaba y estallan los resentimientos. Entre la envidia y el rencor perecen muchas instituciones peruanas. Como decía el fundador de la historia, el poeta Homero: "los dioses ciegan a quienes quieren perder". |