El secuestro ideológico
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Diario El Comercio Viernes, 2 de noviembre de 2007
http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2007-11-02/el_secuestro_ideologico.html
Por Jaime de Althaus Guarderas
Los recursos del país, incluso el trabajo humano, han sido secuestrados ideológicamente y hay que liberarlos. Es el llamado del artículo publicado por Alan García. El arma que se usó para ese secuestro fue el ataque a la propiedad y al capital, lo que empobreció al país desde fines de los 60 hasta comienzos de los 90. Y ahora sus rezagos impiden movilizar nuestro potencial. Eliminarlos no será fácil porque no es evidente a primera vista que el capital y la propiedad sean el motor del desarrollo y, además, la garantía del cuidado ambiental, de la mejoría laboral e incluso de la redistribución social. Por eso, hay que felicitar al presidente, porque un político es valiente cuando denuncia los tótems ideológicos populares.
Las concesiones forestales demagógicamente pequeñas de la ley forestal de Velasco llevaron a la caoba y el cedro al borde de la extinción, porque solo concesiones grandes y capitalizadas aseguran una explotación sostenible. Y no fue la gran inversión sino la pobreza la que deforestó la selva alta. Efectivamente, solo se podrá reforestar en plantaciones comerciales viables que fijen carbono, si se permite la propiedad privada de las tierras porque esas inversiones son de largo plazo y necesitan seguridad en la tenencia. Lo mismo con la minería. Solo una inversión fuerte tiene la capacidad de desarrollar las tecnologías limpias que ahora existen.
Solo derechos de propiedad claros aseguran la inversión y el resguardo ecológico y social. En la agricultura, el regreso del capital a las azucareras ha permitido restablecer los derechos de los trabajadores. La reforma agraria, en cambio, destruyó los sistemas de riego y envenenó el capital social, hundiendo en la pobreza a muchos parceleros que ahora les es difícil asociarse. Pese a ello, la agroexportación, consecuencia de la restauración de la sociedad anónima en el campo, está generando una clase de trabajadores capacitados que vuelca sus conocimientos en sus propias parcelas que empiezan a agregarse a otras para conseguir tamaños más viables. Hay una pequeña agricultura capitalista en ciernes.
Pero el artículo se atreve a cuestionar a la propia comunidad campesina como una supervivencia colonial que impide el progreso, abriendo el debate al respecto. En realidad, las comunidades tienen sentido como instancia de autogobierno y realización de obras, pero debería permitírseles tomar la decisión de titular internamente las propiedades de facto de sus comuneros, pues la propiedad agrícola en las comunidades es de hecho familiar, no comunal. Y debería permitírseles llegar a acuerdos de asociación, alquiler o venta de sus áreas propiamente comunales para plantaciones forestales o ganadería moderna. Nada de esto impide difundir, por ejemplo, sistemas de riego por aspersión o goteo que permitan a los campesinos emanciparse de la pobreza.
¿Y el trabajo? Secuestrado, efectivamente, por una cúpula, no se libera solo con la ley mypes en gestación. Se requiere ampliar a todos los tamaños empresariales el régimen simplificado, permitiéndoles a los beneficiarios de la ley general canjear algunos beneficios por mayor salario, si lo desean. De una vez.