jueves, 1 de noviembre de 2007

Perro del Hortelano 3 - Richard Webb

El presidente García y el banco de oro

Se legisla más para la vitrina que con criterio realista y la política con frecuencia responde más a las motivaciones del hígado que del corazón

Diario El Comercio Jueves, 1 de noviembre de 2007

http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2007-11-01/el_presidente_garcia_y_el_banc.html

Por Richard Webb. Ex presidente del BCR

¿Por qué seguimos en pobreza? Algunas veces decimos que es por la escasez de recursos, otras veces, que los recursos sobran pero que no sabemos administrarlos. La primera explicación incide mucho en la falta de capital; la segunda, en el mal aprovechamiento que hacemos de los abundantes recursos del país. El reciente artículo del presidente García (El Comercio, 28 de octubre) se ubica dentro de esta segunda escuela, y en el futuro la frase central de su artículo, "El síndrome del perro del hortelano", se repetirá junto con el ya famoso dicho, un mendigo sentado en un banco de oro, cada vez que se quiere atribuir la pobreza al desaprovechamiento de lo que tenemos. Sin embargo, la frase de García no se limita a afirmar que los recursos abundan; pretende explicar además por qué no hacemos un mejor uso de ellos. La explicación viene a ser una acusación: La mala gestión de nuestras riquezas, dice García, se debería a una confabulación de emotividades malsanas, tabúes irracionales e intereses sectarios.

Comparto la interpretación del presidente García, y la considero una perspectiva muy sana en cuanto nos obliga a mirar más de cerca nuestras propias acciones antes que a las causas externas del subdesarrollo. Sin embargo, la realidad de los recursos es compleja. Hasta el año 1950 teníamos el mismo mar que tenemos hoy, pero aún no existían la tecnología pesquera ni el mercado de alimentos para animales que iban a convertir ese mar en una extraordinaria riqueza natural. Hace apenas veinte años los cerros del Perú tenían el mismo contenido de oro que tienen actualmente, pero aun no existía la tecnología que iba a reducir el costo de extracción y convertir cerros inútiles en fabulosas minas de oro. En general, los llamados recursos naturales no son puramente naturales sino en parte creaciones del hombre, y en particular, del inversionista. Otras veces los recursos existen sobre todo en la imaginación. Antes del año 70 se publicaban estadísticas demostrando que en el Perú había una abundancia de tierras, y que la pobreza se debía solamente a su mala distribución. La reforma agraria nos hizo descubrir que la mayor parte de esas tierras eran pastizales, bosques, cerros y tierras sin agua y que en el Perú la cuota de verdadera tierra arable por habitante era una de las más bajas en el mundo. Hoy, cada día se hace más claro que la dotación de tierras agrícolas en el país depende de la inversión que se realice para crear fuentes de agua.

A decir de la explicación del presidente García, las causas de la mala gestión son quizás más un tema para el psicólogo y el sociólogo que para el economista. El llamado miedo irracional a sufrir un daño ecológico, por ejemplo, se debe, seguramente, en parte a la casi absoluta desconfianza en las instituciones, públicas y privadas. Cuando existe alguna posibilidad, aunque remota, de que se afecte la capacidad para seguir cultivando o la misma salud, ¿a quién creer? ¿Es racional creer en el Estado? ¿No tiene algo de lógica la oposición terca? Por la misma razón el pequeño agricultor de la sierra se apega a sus cultivos y tecnologías tradicionales cuando el uso de cultivos y métodos nuevos podría duplicar el rendimiento de su tierra. Sin embargo, lo viejo es conocido, el que vende lo nuevo con frecuencia exagera, y además, ¿quién cubrirá la pérdida si el cambio no funciona? Ciertamente, hay mucho de cinismo en los impedimentos a la buena gestión. Se legisla más para la vitrina que con criterio realista y del bien de la mayoría y la política con frecuencia responde más a las motivaciones del hígado que del corazón. No hay un remedio simple para los cinismos y los tabúes irracionales pero, indudablemente, el camino debe incluir un liderazgo honesto, sostenido y con clara preocupación por el bien común, que contribuya así a la gradual creación de credibilidad en las instituciones. Desde esa óptica, celebro el artículo publicado por el presidente.